aun más historias para no dormir

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mi familia siempre recuerda la ansiedad que tenía de pequeña por aprender a leer y a escribir. tengo grabado en la cabeza el momento en que la maestra de turno escribió en mi libreta mi nombre completo para que lo copiara diez veces y cómo viendo esos garabatos sin sentido (que irían teniéndolo poco a poco) me sentí henchida de alegría. había entrado en un mundo que sin saberlo me iba a 'salvar' mil veces; encontrar consuelo en libros y desmayar un poco sobre el papel son constantes irremplazables en mi vida casi desde ese momento. mucho más tarde tuve un jefe que introdujo en mi vocabulario un nuevo significado para 'peinar'; 'ana, peina el principio del reportaje un poco'. acláralo. límpialo. desnúdalo. sopesa cada palabra, pregúntate si es necesaria, si quitándola o sustituyéndola no mejoras el conjunto. con el tiempo me pareció una de las mejores directrices narrativas que he escuchado y agradezco a la casualidad que Paco (donde quiera que estés, sigo haciendo luz de gas) me diera ese consejo. lo aplico cada vez que 'vomito' ante el papel con mayor o menor fortuna.

esa ansiedad de la que hablaba el principio, ese consuelo que me da la lectura/escritura al que me refería después, ese 'peinar' las palabras que comentaba hace escasas líneas; todo sigue siendo verdad. pero hay días en los que contemplo con miedo que no sé traducir lo que tengo en la cabeza en letras, no puedo escribirlas, no puedo limpiarlas después. ojalá aparezca otro Paco que me desate las manos. o mejor, ojalá no necesite otro consejo, ojalá encuentre yo sola el modo de sacarlo todo.

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