aun más historias para no dormir

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"¡Qué insuficiente sería la palabra alegría! ¡Qué falsa la expresión 'loco de contento'! Esta emoción de la salida que no he empezado a sentir hasta esta mañana, me llena de una dicha grave -no solemne, no seria-. Sino cargada de una dicha tan plena, tan inminente, tan segura, tan próxima a convertirse en realidad -la realidad de estar con usted exactamente dentro de tres días-..." 

Me gustan las cartas de amor.

radioactivo

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tras años de malestares, pérdidas incomprensibles de peso y síntomas extraños sin una enfermedad origen, un compañero de trabajo de mis padres decidió hacerse todo tipo de análisis para rastrear su cuerpo y averiguar qué le ocurría. eran las tiroides; se disparaban y se hundían a placer provocando en J una montaña rusa hormonal y teniendo a su pequeño cuerpo esclavizado segregando, recogiendo, ahorrando y produciendo jugos, proteínas, colesterol y demás cosas que segregan, recogen, ahorran y producen los engranajes internos. lo peligroso no era que las tiroides hicieran del cuerpo su bandera (¡cuántas veces una señora obesa le dice a su amiga en la cola de la pastelería 'nena, no pierdo peso por las tiroides'!), sino que según el día o eran las protagonistas de la fiesta o desaparecían sin dejar rastro. los médicos pusieron sobre la mesa tres caminos para acabar con el problema; J eliminó dos posibilidades enseguida. una porque implicaba una operación quirúrgica (cosa que no le agradaba en absoluto) y la otra no la recuerdo, pero no importa porque no fue la opción escogida y es irrelevante para el resto de la historia. la unidad de medicina nuclear del hospital la fe le recetó una pastilla, un comprimido que con una sola toma eliminaría su desequilibrio para siempre pero que tendría un efecto secundario peligroso; J irradiaría radioactividad durante tres semanas. primero de forma intensa y después disminuiría hasta volver a ser un hombre normal que como mucho transmite buen humor. este curioso efecto secundario le mantendría alejado de sus dos hijos (ambos menores de seis años y por lo tanto, sensibles a la radiación) durante todo ese periodo, tanto que J ni siquiera podría estar viviendo en la misma casa. el resto de personas podrían convivir con él respetando cierto grado de separación, hasta el punto de que sus compañeros le traen la comida cada día del bar y se la dejan en la sala de juntas, donde él se la toma solo. nada de ir a piscinas, a discotecas o a tiendas donde el contacto con mucha gente es más que posible, por supuesto. ni qué decir de mantener relaciones sexuales con su mujer.

esta historia me genera dos pensamientos que funcionan solos y se desarrollan a gran velocidad sonriente;

(1) ¿cómo aguantar tres semanas sin que nadie te abrace? sobre todo pensando que durante veintiún días eres tan dañino que no puedes ni tocar a un bebe. yo, que no puedo vivir sin contacto humano, pasaría esas semanas como la peor de las penitencias (químicas) posibles. si fuera mi caso me convertiría en una terrorista silenciosa y pasearía por toda la ciudad esparciendo mi sofisticada contaminación 3.0. sería el momento perfecto para llamar a aquel gilipollas que se cree el hombre perfecto y llenarle sin que se de cuenta de radioactividad. bien de abrazos y de besos, ¡todo para tí!

(2) ¿es posible que una sola pastilla provoque semejante hecatombe nuclear radioactiva siendo del tamaño de una aspirina? ¿me la entregarían en un envase especial, con guantes? ¿me la tomo allí mismo o voy con ella a casa y durante el trayecto en coche polinizando el aire? una vez tragada, ¿cuándo comenzaría a irradiar radioactividad? ¿tendré super poderes?

J, casi te envidio.
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'Se echaba puñados de tierra en los bolsillos y los comía a granitos sin ser vista, con un confuso sentimiento de dicha y rabia, mientras adiestraba a sus amigas en las puntadas más difíciles y conversaba de otros hombres que no merecían el sacrificio de que se comiera por ellos la cal de las paredes. Los puñados de tierra hacían menos remoto y más cierto al único hombre que merecía aquella degradación, como si el suelo que él pisaba con sus finas botas de charol en otro lugar del mundo, le transmitiera a ella el peso y la temperatura de su sangre en un sabor mineral que dejaba un sabor áspero en la boca y un sedimento de paz en el corazón.'

para qué más.

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pensamientos aleatorios provocados por esta canción.



tienes la boca llena de esas estupideces que solo se dicen con la luz apagada. crees que nadie se ama como tú y la otra persona, todo son sonrisas y abnegación felizmente enfermiza. no quieres ir al cine, ni a pasear, ni quedar para cenar, ni siquiera ver a otras personas. solo estar a menos de diez centímetros de él y mirarte durante horas, llenarte de besos, de abrazos, de caricias. podrías morirte diez segundos después de haber recibido tantas miradas y sabes (es una certeza tan grande como tú) que no pasaría nada, que has experimentado todo lo que la vida podría ofrecerte. de todo el tiempo que habéis compartido, por lo menos habéis estado tres meses y medio abrazados, con todos sus días y sus noches. pero es que no hay calor como ese. tu mente ha hecho una suerte de holocausto general del que solo se ha salvado él, tu ser humano favorito. no necesitas oír música en el coche ni cuando andas por la calle, pensar en esa persona llena de historias tu cabeza y sonríes todo el camino. aunque el recorrido sea de dos horas. te has convertido en un animal expuesto y dispuesto a la excitación brutal y maravillosa que supone cualquier movimiento de él, por pequeño que sea.

coche

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no me gusta conducir. la peligrosidad que va inherente a cada movimiento me pone nerviosa y siempre creo que terminaré teniendo algún susto. por cuestiones de trabajo, ahora llevo el coche más de lo que me gustaría por carreteras cada día más familiares. prefiero conducir sin nadie. 

hace un rato volvía de uno de esos pueblos. de madrugada, noche cerrada de un martes, casi no hay nadie por la carretera. ¿de dónde vienen, a dónde se dirigen? lo imagino cuando se cruzan conmigo. voy escuchando jazz en una emisora sin nombre, emisora que estaba sintonizada en la quinta memoria del coche por el anterior dueño. en estos días aún no he escuchado la sintonía en la que 'cantan' el nombre del programa o la emisora, pero no me hace falta, solo tengo que pulsar el cinco para tenerla conmigo. da una atmósfera de película al momento; conduzco casi sola cerca del mar, al fondo port saplaya y valencia, a la izquierda la huerta y sus casas iluminadas. el piano, la batería, el contrabajo, la trompeta y yo volvemos a casa y el cielo está despejadísimo, tanto que se ve alguna estrella perdida. atenta al entramado de líneas del asfalto, recuerdo el comienzo de 'carretera perdida'. los faros de los coches que me adelantan desplazan la sombra de mi coche de un lado a otro, como fresnels que bajan a valencia a toda velocidad mirándome. adoro ese efecto de luz.

así sí me gusta ir al volante.

qués

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busco algo
que me haga vibrar.
que su chispazo no me deje dormir y me haga tener pesadillas.
que se apropie de forma indebida de mis minutos e invada ilegalmente mi aburrido raciocinio.
que no sepa qué significa 'verbalizar' y me induzca malas costumbres y hábitos extraños.
que posea entre su vasto curriculum un master en dirección de dedos y administración de abrazos.
que sea tan bruto como para que yo parezca una mujer.
que cumpla con una inteligencia interesante de la que no me avergüence al conjurarla de noche.
que conozca los resortes del sexo sin caricias y los besos con los ojos abiertos.
que no le parezca estúpida una lista de 'qués'.
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en una de esas charlas en las que mi padre se embarca de vez en cuando (sobre fútbol, política y libros son sus favoritas), recuperó una idea retratada hace tiempo en un artículo de Muñoz Molina. conociéndole, es fácil que se tratara de un texto de cualquier otra persona y es más, el tema apunta a que el autor se esas letras fuera Manuel Vicent (aunque esto es una apreciación mía).

ampliaba el concepto de raza mediterránea como algo más que una subespecie caucásica que puebla todo el territorio alrededor del mar del mismo nombre. hacía un elogio de una manera propia de comprender la vida, de disfrutar de la familia y los amigos, de estar en torno a la mesa, de necesitar el mar como norte cercano. dibujaba un carácter peculiar, unos gestos y un desenvolver propios de unos miles de kilómetros que hablan distintas lenguas pero que necesitan las mismas cosas.

mi padre estaba entusiasmado con ese retrato y aseguraba reconocerse (y reconocernos) en él cada vez más. ahora más que nunca. tostado por sus largos paseos a la orilla del mar, distingue los vientos y reconoce la lluvia venidera por el olor. disfruta de la sobremesa y defiende ante el café su originaria 'república islámica independiente de ruzafa'. a nadie le queda mejor el zaragüell y se emociona escuchando la música tradicional. sueña con una casa de la que existen miles; entrada con dos habitaciones frescas a los lados, un pasillo que da a un patio interior con azulejos alrededor del que se vertebran la cocina y el comedor y un huerto al fondo.

ayer tuve una sensación parecida cuando pasé la mañana con dos amigos cocinando, comiendo y charlando sin necesidad de nada más. más que de otra manera, mediterránea.

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mis hormonas están en una rave por requena, dándolo todo y drogándose, parece ser. a ver si cuando vuelvan duermen bastante y con unos litros de agua y un par de ibuprofenos vuelven a ser hormonas normales y corrientes, sin subidas y bajadas.

lenguajes

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disfruto de las convenciones sociales y de las conversaciones mudas que se suceden mientras se conduce. en la autopista, el coche que llevo delante comienza a frenar de forma brusca, enciende las luces de emergencia. me avisa de que no está circulando como toca. yo le observo e imito tu actuación para advertir al vehículo que me sigue. y así de forma sucesiva. no hacerlo incurriría en una imprudencia flagrante, ya que el coche de atrás podría creer que solo estoy frenando un poco cuando quizás haya disminuido mi velocidad a más de la mitad y nos habríamos chocado antes de que se diera cuenta. lo mismo ocurre cuando alguien quiere adelantarte o colocarse en tu carril; te avisa con el intermitente, a veces incluso te mira. y le oyes diciendo 'déjame pasar' y te oyes diciendo 'va, pasa'. frenas un poco para dejarle sitio aumentando la distancia con el vehículo delantero y el otro coche, observador, advierte ese movimiento y ocupa su nuevo lugar de forma rápida.

todos conocemos estas normas, algunas están escritas o esbozadas, otras se aprenden con el tiempo. nos hacen circular mejor y evitan accidentes. está claro que a veces no sucede así y hay quien se las salta, entorpeciendo, molestando y perjudicando al resto.

sería fabuloso que también existieran normas homólogas en las relaciones sociales, reglas universales que todos siguiéramos para mejorar nuestra circulación mental. un signo inteligible por todos que significara sin ambages 'me gustas' o 'te quiero'. un gesto claro que indicara 'desaparece de mi vista'. una señal inequívoca que traducida vendría a decir 'me haces daño, haces mal las cosas'. todos conoceríamos y reconoceríamos ese lenguaje, lo utilizaríamos de forma conveniente y seria y nos entenderíamos mejor. no habría dudas ni confusiones. a esa persona le gusto, ese quiere que desaparezca de su vida y he hecho daño a aquél.

soñar es gratis.