aun más historias para no dormir

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me gustaría saber qué organización tiene mi cabeza. hablo de la mía, que es la que tengo sobre los hombros, aunque supongo que el resto tienen los mismos misteriosos mecanismos. cuando me he despertado de la siesta me he quedado en la cama leyendo. de pronto ese recuerdo ha aparecido entre las líneas sin disimulo, preguntándome si me acordaba de él. no tenía nada que ver con lo que estaba leyendo, ¿qué lo ha motivado a salir de donde estaba guardado? como en el cine, he visto esa secuencia de imágenes desde fuera, casi viendo la nuca de la persona con la que compartía protagonismo en ese recuerdo. llega con una fuerza brutal y me impresiona, como si volviera a estar allí, a pesar de que lo he rememorado en más de una ocasión. no es ya ese instante en sí lo que me hace pensar (que también) sino porqué ahora, porqué esta tarde, porqué de pronto. qué le ha sacado de mi archivo mental y le ha hecho saludarme con ironía. qué engranajes cerebrales han engarzado siesta con auster con ese instante.



lo peor, que dejé el libro unos minutos y divagué sobre ese capricho durante un rato.

oda a las estirpes

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cada tendón. cada músculo. cada hueso que te tensa y te construye me deconstruye a mí. solo viendo cómo tu cuello te sostiene no puedo más que plegarme ante tal arte de la ingeniería humana. no eres único, hay más como tú, claro que sí. de las casi siete mil millones de personas que hay en el mundo es imposible que me haya topado con la más perfecta, sería una casualidad demasiado buena como para ser cierta. pero aunque lo asuma y lo tenga en cuenta, mi mente (siempre abierta a buscar esa belleza) no termina de encajar que seas tan susceptible a ser medido y estudiado en las escuelas. porque solo ese trocito de tu piel, esos cinco centímetros que van desde tu hombro hasta bajo de tu mandíbula deberían poner nombre a las calles, deberían apaciguar guerras. 


para tí, que sabes que carburo y estoy en orden, que no estoy loca de amor ni lloro por las noches, pero que no puedo evitar sentir cierta sana fascinación. 

mañana en la batalla piensa en mí

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mañana en la batalla piensa en mí. que mi recuerdo destroce tu moral y te provoque la muerte. mañana en la batalla piensa en mí. ojalá mi voz llegue a tus oídos y te señale el camino por el que debes huir. mañana en la batalla piensa en mí. amárgate pensando que a mí no pudiste matarme y te estaré esperando allá donde descansen tus huesos. mañana en la batalla piensa en mí. sabes que si pudiera planearía como un águila y te llevaría a salvo. mañana en la batalla piensa en mí. soy ese tumor malvado que tienes dentro y que sientes palpitar como a tu corazón. mañana en la batalla piensa en mí. con mi saliva curaré cada una de tus heridas, haré desaparecer tu dolor con caricias. mañana en la batalla piensa en mí. sientes mi mirada en tu nuca, pero no te atreves a girar la cabeza. mañana en la batalla piensa en mí. mi regazo te espera.


pocos títulos de un libro (en este caso, de Javier Marías) me gustan tanto como ese, me resulta más que evocador. su origen; una cita de Ricardo III de Shakespeare ("mañana en la batalla acuérdate de mí, y caiga tu espada sin filo: ¡desespera y muere!"). La pronuncia la Reina Ana, casualidades. Buscando la cita concreta de la obra he encontrado un grupo de música argentino al que le ha conquistado igual que a mí ya que es el nombre que han puesto a su formación. escuchadlos


Bona nit.

tuneladoras

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Mi cuñado me explicó antes de ayer que las enormes tuneladoras que se utilizan para perforar la tierra se quedan enterradas una vez han sido utilizadas. Quizás habéis tenido la suerte de ver alguna. Cuando se construyó la red de metro bajo de mi casa podía ‘visitarse’ y recuerdo haber ido con mi familia a ver ese tiranosaurio de cinco pisos de altura, cual longaniza gigante, que mordía la tierra con una fuerza descomunal. Según me dijo mi cuñado, cuesta tanto desmontarla y sacarla que es más barato que quede enterrada. Pobre tuneladora. Tanto tiempo trabajando para que, cuando acabes tu faena, te dejen olvidada bajo tierra, ignorada por los ingenieros y más aún por los usuarios de la obra construida, que no saben que estás ahí. Deberías gritar de vez en cuando que sin ti no seríamos nadie. Que ya basta de darte la espalda. Que cuándo te dan los homenajes. O mejor todavía, tendrías que intentar ponerte en marcha de forma silenciosa y perforar la tierra (creando una sucesión de túneles inverosímiles y destructores, como redes de transporte primitivo) hasta que alguien sea capaz de sacarte de allí gastándose sus cuartos. No imagino mejor explosión de rabia que cientos de ciudades abriéndose en canal porque sus tuneladoras, celosas e indignadas, creen que no reciben el trato que merecen.

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Como si de todo lo dicho y explicado, hubiera entendido a la perfección esa teoría mía extraña. Pero a la perfección de forma literal. Si creyera en las casualidades siderales, pensaría que el cosmos puso esas letras cerca para que las leyera y luego, al oír mis historias, todo tomara ese sentido. Ella es la definición femenina exacta de lo que muchas veces he intentado traducir en palabras. No podría haber tenido mejor figura y su identificación wagneriana me hace sonreír por lo bien que le viene a mi teoría, por su intensidad, su fuerza arrolladora y su belleza que dura siglos. Escojo lo que quiero de lo que tengo delante y me quedo con los colores de los atardeceres que se adivinan entre frase y frase, el olor embriagador de una de sus partes, la suavidad de su piel, su cortejo largo y su pasión desmedida. Me olvido de la familia castradora, el pueblo curioso y malmetiente, las decisiones erróneas y el final fatal. Me he anticipado porque aún no lo he terminado, pero creo que un movimiento así no tiene marcha atrás. Ese desenlace unido con mi teoría de las estirpes no me ha gustado, así que voy a intentar olvidarlo. Pero recordaré la idoneidad casual que puso en mi camino a ciertos personajes que inspiraron esa teoría mía y sobre todo, que alguien escribió esa historia y la puso en sus manos.

turbación atómica

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en una de esas indescriptibles clases de biología, química o física del colegio me explicaron que el cuerpo era un enorme combo (clat) de células y/o átomos (¿son lo mismo? lo ignoro). yo lo visualizaba como ese grupo de pájaros que vuelan en grupo sin desviarse un instante, todos juntos forman algo. los átomos (o células) viajan igual creando lo que todos tenemos enfrente, pero solo que van en grupos de millones de trillones de billones y están muy apretaditos para que nadie vea sus grietas. de hecho creo recordar que cierto profesor nos aseguraba que podríamos atravesar las paredes si nuestros átomos y los de la pared giraran a la vez sin tocarse. pero ese no es el tema que me ocupa. si me miro al espejo me veo como esa gigantesca combinación de átomos cada uno en su sitio. pero hay quien sabe revolver e invertir ese orden. hay quien sin pedirme permiso destroza esa simetría atómica mía y se lleva algunas de mis células (o átomos) dejando al resto sin saber qué hacer. mirando el hueco que falta, desestructurados, incompletos. lo peor ocurre cuando ese vacío es ocupado por otros corpúsculos ajenos de igual tamaño, hay quien deja un rastro en forma de piel, de olor, de color. se te quedan dentro de ti de forma inevitable, ¿cómo no sentirse invadida? ¿cómo no creer oler a alguien si lo llevas incrustado? ¿cómo no notar que te falta algo si un bandido se lo ha llevado? mi magnífica simetría atómica y yo pedimos (a quien nos oiga) que antes de desembarcar de esa manera en nuestra estructura se tenga en cuenta nuestra opinión. llevar ese tipo de información celular encima (como quien lleva un virus) aniquila desde dentro, desprenderse de unos pocos seres míos (seres, átomos, células, qué coño importa) y dejarlos al albedrío ajeno turba de igual manera.