en una de esas charlas en las que mi padre se embarca de vez en cuando (sobre fútbol, política y libros son sus favoritas), recuperó una idea retratada hace tiempo en un artículo de Muñoz Molina. conociéndole, es fácil que se tratara de un texto de cualquier otra persona y es más, el tema apunta a que el autor se esas letras fuera Manuel Vicent (aunque esto es una apreciación mía).
ampliaba el concepto de raza mediterránea como algo más que una subespecie caucásica que puebla todo el territorio alrededor del mar del mismo nombre. hacía un elogio de una manera propia de comprender la vida, de disfrutar de la familia y los amigos, de estar en torno a la mesa, de necesitar el mar como norte cercano. dibujaba un carácter peculiar, unos gestos y un desenvolver propios de unos miles de kilómetros que hablan distintas lenguas pero que necesitan las mismas cosas.
mi padre estaba entusiasmado con ese retrato y aseguraba reconocerse (y reconocernos) en él cada vez más. ahora más que nunca. tostado por sus largos paseos a la orilla del mar, distingue los vientos y reconoce la lluvia venidera por el olor. disfruta de la sobremesa y defiende ante el café su originaria 'república islámica independiente de ruzafa'. a nadie le queda mejor el zaragüell y se emociona escuchando la música tradicional. sueña con una casa de la que existen miles; entrada con dos habitaciones frescas a los lados, un pasillo que da a un patio interior con azulejos alrededor del que se vertebran la cocina y el comedor y un huerto al fondo.
ayer tuve una sensación parecida cuando pasé la mañana con dos amigos cocinando, comiendo y charlando sin necesidad de nada más. más que de otra manera, mediterránea.
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mis hormonas están en una rave por requena, dándolo todo y drogándose, parece ser. a ver si cuando vuelvan duermen bastante y con unos litros de agua y un par de ibuprofenos vuelven a ser hormonas normales y corrientes, sin subidas y bajadas.
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