tras años de malestares, pérdidas incomprensibles de peso y síntomas extraños sin una enfermedad origen, un compañero de trabajo de mis padres decidió hacerse todo tipo de análisis para rastrear su cuerpo y averiguar qué le ocurría. eran las tiroides; se disparaban y se hundían a placer provocando en J una montaña rusa hormonal y teniendo a su pequeño cuerpo esclavizado segregando, recogiendo, ahorrando y produciendo jugos, proteínas, colesterol y demás cosas que segregan, recogen, ahorran y producen los engranajes internos. lo peligroso no era que las tiroides hicieran del cuerpo su bandera (¡cuántas veces una señora obesa le dice a su amiga en la cola de la pastelería 'nena, no pierdo peso por las tiroides'!), sino que según el día o eran las protagonistas de la fiesta o desaparecían sin dejar rastro. los médicos pusieron sobre la mesa tres caminos para acabar con el problema; J eliminó dos posibilidades enseguida. una porque implicaba una operación quirúrgica (cosa que no le agradaba en absoluto) y la otra no la recuerdo, pero no importa porque no fue la opción escogida y es irrelevante para el resto de la historia. la unidad de medicina nuclear del hospital la fe le recetó una pastilla, un comprimido que con una sola toma eliminaría su desequilibrio para siempre pero que tendría un efecto secundario peligroso; J irradiaría radioactividad durante tres semanas. primero de forma intensa y después disminuiría hasta volver a ser un hombre normal que como mucho transmite buen humor. este curioso efecto secundario le mantendría alejado de sus dos hijos (ambos menores de seis años y por lo tanto, sensibles a la radiación) durante todo ese periodo, tanto que J ni siquiera podría estar viviendo en la misma casa. el resto de personas podrían convivir con él respetando cierto grado de separación, hasta el punto de que sus compañeros le traen la comida cada día del bar y se la dejan en la sala de juntas, donde él se la toma solo. nada de ir a piscinas, a discotecas o a tiendas donde el contacto con mucha gente es más que posible, por supuesto. ni qué decir de mantener relaciones sexuales con su mujer.
esta historia me genera dos pensamientos que funcionan solos y se desarrollan a gran velocidad sonriente;
(1) ¿cómo aguantar tres semanas sin que nadie te abrace? sobre todo pensando que durante veintiún días eres tan dañino que no puedes ni tocar a un bebe. yo, que no puedo vivir sin contacto humano, pasaría esas semanas como la peor de las penitencias (químicas) posibles. si fuera mi caso me convertiría en una terrorista silenciosa y pasearía por toda la ciudad esparciendo mi sofisticada contaminación 3.0. sería el momento perfecto para llamar a aquel gilipollas que se cree el hombre perfecto y llenarle sin que se de cuenta de radioactividad. bien de abrazos y de besos, ¡todo para tí!
(2) ¿es posible que una sola pastilla provoque semejante hecatombe nuclear radioactiva siendo del tamaño de una aspirina? ¿me la entregarían en un envase especial, con guantes? ¿me la tomo allí mismo o voy con ella a casa y durante el trayecto en coche polinizando el aire? una vez tragada, ¿cuándo comenzaría a irradiar radioactividad? ¿tendré super poderes?
J, casi te envidio.