aun más historias para no dormir

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conducíamos deprisa por la ciudad con el beneplácito verde de los semáforos, casi sin coches. alguien apuntó que de noche la programación de los semáforos cambiaba con respecto a la del día; tardaban más en pasar a rojo y se sucedían muchos en verde para aligerar la circulación. tiene lógica. pensé que esa programación diferente (manipulada desde un despacho empedrado de pantallas de ordenador hasta el techo con cientos de diagramas, planos, gráficas y tomas desde un helicóptero, con un botón rojo enorme y redondo sobre una mesa que mudaba al modo nocturno los colores de todos los semáforos solo con pulsarlo) tenía su origen en la necesidad de mejorar el tránsito en valencia y así evitar un problema a los que la (mal)habitamos.

si esto es así, elevo una humilde petición al organismo competente en el bienestar de los ciudadanos. ayuntamiento de mi (mal)amada ciudad; igual que se intenta rebajar el caos de coches, buscad una solución para el trastorno emocional y destrozo anímico de muchos de tus hijos. si pudieran idear un sistema que con solo accionarlo (ponerlo en marcha, propagarlo, contagiarlo, repartirlo) éste pudiera hacernos estar más tranquilos por unas horas (como esos eternos semáforos en verde de noche) todo funcionaría mejor. nuestra sola voluntad no cabe, hacemos lo que podemos, tengan mi palabra de que es así. debe ser una autoridad de peso la que lleve a cabo esta tarea hercúlea, vistos los resultados de nuestros esfuerzos.

si no fuera por ustedes y su 'mano' con los semáforos luneros, cruzar valencia a las cuatro de la madrugada sería eterno. hagan lo mismo con mi cabeza/corazón; háganlo posible con otro enorme botón rojo, aunque solo sea durante unas horas cada día.

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detrás de tus ojos no hay cartón, hay otra parte que nadie ve, como 'the dark side of the moon'. y siento que me caigo dentro.

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dime tú qué hay que hacer. saca un mapa, un plano, un listado, una pauta; yo te seguiré. me oriento muy bien, soy meticulosa y ordenada, no me saltaré ni un solo paso. poco a poco llegaré a cada meta, levantaré alto la bandera, confía en mi. tengo una necesidad efímera de entenderte, verte de cerca, tocar tu nuca, paladearte, hacerte reír, notar tus manos ahí. pero no hablamos el mismo idioma. cuando te saludo crees que hablo de mis viajes y si me preguntas por mi trabajo, te explico que vivo en un ático. solo por esos tres segundos en los que tu entiendes mis fonemas y yo los tuyos te digo esto. señala una dirección. eso sí, ten en cuenta que soy impaciente, desenredando tu extraña madeja de hilos me puedo ir detrás de cualquier sonrisa mediocre. no sé si lo que ofreces tiene tanto valor como aparenta. 
en resumen; di algo.

golpes

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ensayábamos desde octubre hasta junio en un aula infantil sin encanto. me veo en casa, recitando una y otra vez mis frases. el guión acababa manoseado y roto, pero era un tesoro. dos o tres semanas antes de la función nos dejaban trabajar en el teatro, ahí el texto ya debía estar grabado a fuego en nuestras cabecitas. ese viernes, esa primera vez en la que podíamos ensayar de verdad en el escenario, era el mejor día de todos. entrábamos a tropel, nos encendían las luces, dejábamos las mochilas en el patio de butacas, invadíamos el espacio con risas y chillidos nerviosos. siempre adivinábamos el perfil de una monja en el piso de arriba, vigilando el contenido y la candidez de la obra a representar. cuando hicimos 'sueño de una noche de verano', yo entraba a escena por la derecha, sola, me encontraba con maría que hacía lo propio por la izquierda. solo estaba iluminada la escena, no había nadie en el público a excepción del profesor. todas guardábamos un silencio casi religioso. podía escuchar mis pisadas sobre esas tablas de madera que imbuían respeto y ceremonia a cada paso, sobre ese suelo celestial y maravilloso. lo huelo aún, siento su tacto áspero. estaba muy deteriorado, la mayor parte de los clavos se habían oxidado, algunos estaban salidos, crujía todo él, respiraba, gruñía y se removía como un perro viejo. pero era lo mejor que tenía el teatro. estaba hueco, como correspondía. el eco de las pisadas, los golpes secos al andar rápido, la envoltura que daba a cada movimiento; lo hacían cálido e imprescindible. entraba por la derecha, decía. y contenía el aire al escucharme, cada pasito debía ser certero. sentía mil ojos mirándome (cuando no había más que un par) y me estremecía adivinando a todos los que me verían. me colmaba de nervios y de temple, andaba recta y firme, como quien camina por un terreno sagrado e inviolable. recordé esa sensación única anoche, escuchando el ruido de las pisadas sobre un suelo similar en el olympia. recordé cuánto lo echo de menos. 

luz

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hiciste bien sujetándome las piernas y los brazos, podría haber salido volando. la facultad de elevarme me llega a costa de perder la vista y el tacto, pero mira casi lo prefiero, así no sé quien eres, quién me provoca esto. así no noto si me tocas, no te veo, solo estoy yo. puedo concentrarme en no ver nada, solo notar cómo la tierra me empuja hacia arriba, cómo me llama el aire para que ocupe su sitio. y justo durante esos minutos me olvido de tí, de tí y de tí, ni lloro ni me lamento, no pienso en mi sueldo ni en desearle a nadie la muerte. estoy por encima de todos, no existís, solo veo (sin ver) toda la luz.


olor

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a veces intento saber cómo oléis. me acerco un poquito, aspiro con fuerza. si tengo suerte y estáis de espaldas vuestra nuca despide todo el aliento que necesito. también me valen las sienes, los brazos, el cuello. pero es muy complicado, no puedo aproximarme tanto sin recibir una mirada sorprendida (y en ocasiones sonriente), así que tengo que ser sigilosa, miraros de frente y fingir que me interesa lo que me estáis contando. o aprovechar vuestro silencio o una conversación con otra persona para convertirme en la hembra caníbal. las personas son muy maniáticas de su espacio vital y aun así corro el riesgo de invadirlo y de rozaros por lo milagroso/luminoso de ese instante en el que logro captar eso. ese aroma tan personal que me excita como ninguno y que lleva a mi cabeza setencientas formas de acercarme mejor a ese olor. en un segundo me veo recorriéndoos con la punta de la lengua, con las mejillas, buscando y exhalándoos, impregnándome entera, emborrachándome para luego olisquearme y encontraros en mis manos.

pálpitos

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pálpito número 1. me pesan los brazos y las piernas. me doy la vuelta, mi rodilla choca con una piedra. recoloco la almohada, me estiro porque tengo toda la tienda para mí. el sol calienta pero no quema, la brisa me mueve un poco el pelo, agita de forma suave y acompasada la puerta. tengo todo el tiempo del mundo, puedo dormir, pensar, cantar, levantarme y tomarme una cerveza fría, ir a la tienda de al lado donde dormitan los míos, seguir con los ojos cerrados durante horas mientras el sol siga ahí arriba.

pálpito número 2. estás sonriendo, no te conozco pero transmites felicidad, quieres estar donde estás y vas a disfrutarlo. o no, espera, sí que te conozco. hace diez años que tu voz (con más o menos frecuencia) se cuela por mi oído y me hace adorarte de forma infantil y estúpida; yo también sonrío, podría llorar, levanto los brazos, sé que puedes verme, sé que sabes que estoy ahí. tras una hora y media, mis mejores sospechas se hacen evidentes, cantas justo lo que necesitaba oír. yo me acuerdo de vosotras, de tres de mis mujeres, de los momentos que pasamos juntas y de cómo le escuché por primera vez en vuestra compañía. 

pálpito número 3. no he bebido demasiado, pero sí lo suficiente como para saber que voy sonriendo mientras ando. el alcohol aumenta exponencialmente la sensación que tengo, pero no por ello deja de ser menos cierta. hay mucha gente a mi alrededor, voy chocando, se me derrama un poco de cerveza, pero no importa. quedan muchas horas de noche, voy a ver a alguien que me gusta, cantaré bien alto y bailaré para quien tenga a mi alrededor. sin prisa, sin obligaciones, con el pago de mi entrada sé que las risas las cubre el seguro y que solo buscar un sitio donde hacer pis me va a reportar mil anécdotas. mi único plan es exprimirlo todo y las expectativas de triunfo suben hasta un 100%.

pálpito número 4. es el cansancio el que os ha llevado entrar en la carpa de techno del antiviña, aguantáis poco, no pasa nada. los escasos minutos que pasáis de pie los dedicáis a mirar a todas partes, a observarnos. no sé porqué bailo así, no sé porqué adivino cada golpe, cada cambio. mi cabeza va sola, mi boca escupe sonrisas tontas, cierro los ojos pero no empujo a nadie. no busco nada más.