"... un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo tan extraordinario que ocurría en mi interior. un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que le acusaba. y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mi, es que era yo mismo. dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿de dónde podía venirme aquella alegría tan fuerte? [...] pido a mi alma un esfuerzo más, que me traiga otra vez a sensación fugitiva. y para que nada la estorbe en ese arranque con que va a probar a captarla, aparto de mí todo obstáculo, toda idea extraña y protejo mis oídos y mi atención contra los ruidos de la habitación vecina. [...] y de pronto el recuerdo surge. ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. ver la magdalena no me ha recordado nada, antes de que la probara; quizás porque, como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes. [...] pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo. [...] y como en ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té."
mientras tenga esto, vengan a mi huracanes y terremotos, me esconderé en sus páginas, allí no me golpearéis, no me encontraréis en las trincheras. prefiero esconderme entre letra y letra, miraros de reojo desde la segunda parte, olvidarme de vuestras caras durante varias horas. ningún revés me derribará si quepo entre hoja y hoja.
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